El domingo 20 de mayo de 2012 a las 4.03 de la mañana, la
tierra tembló en Emilia.
Un terremoto de magnitud 5,9 de la escala Richter seguido de
muchas otras sacudidas de intensidad elevada, asoló la porción de llanura emiliana comprendida entre las
provincias de Reggio Emilia, Módena, Ferrara y Bolonia. Mi tierra.
Recuerdo las primeras llamadas de teléfono de amigos y
familiares, – decían asustados –
El panorama de las primeras imágenes que llegan a través de los
medios era desolador. El balance humano es muy grave: mueren 29 personas, hay
más de 300 heridos. Por la noche los que aún tenían casa, seguían en la calle.
Por primera vez en Italia, el terremoto ha interesado una
zona densamente poblada, con una altísima industrialización, una agricultura
floreciente y una elevada tasa de ocupación. En la zona reside más de medio
millón de personas de las cuales 45.000
han tenido que abandonar sus casas. Un durísimo golpe ha sido infringido en el
corazón de la economía italiana: en el epicentro se produce el 2% del producto
interno bruto italiano. Allí surgen importantes distritos bio-medicales, mecánicos
y textiles. Es la tierra del Aceto Balsamico Tradizionale
di Modena, del Lambrusco y del Parmigiano Reggiano.
El lunes por la mañana llegan rumores de que el terremoto ha
afectado seriamente también la producción de Parmigiano Reggiano, aunque las noticias
son escasas y confusas. En unos días llega el balance: 300.000 formas de
Parmigiano Reggiano han caído al suelo y muchas queserías y ganaderías han
quedado severamente dañadas o inhabilitadas. Los dos tercios de la producción
del año perdida. He nacido en el seno de una familia de productores, llevo casi
veinte años trabajando para su tutela y promoción y un escalofrío baja por mi
espalda.
El 29 de mayo, el segundo violento terremoto.
Cojo el primer avión y, comprobado que a mi familia solo le
han quedado un enorme susto y un montón de grietas en las paredes, me aproximo
a verificar como se encuentra mi “otra familia”, la de los productores de
Parmigiano Reggiano.
No podeis siquiera llegar a imaginar lo que significa ver un
grandioso almacen de curación, con sus imponentes hileras que llegan hasta el
techo altísimo, llenas de millares de quesos curándose en la oscuridad,
completamente derrumbadas. Un amasijo de hierros y maderas resquebrajadas mordiendo y desfigurando toneladas de queso
lacerado sin piedad. Una escena dantesca.
37 queserías dañadas, 600 ganaderias afectadas, 600.000
formas caídas (más de 110 millones de euros de daños solo en lo referentes al
producto) …y me saltan las lagrimas.
Fue solo un pequeño sobrecogimiento. Por un momento me había
olvidado de donde estaba y de que pasta están hecho los emilianos. Alrededor
mío en efecto no había rabia o lamento sino un torbellino de actividad, seria y
eficiente, organizando la reconstrucción.
No se había perdido ni un día de producción gracias a la red
de solidaridad entre productores y queserías que, desde la madrugada del primer
terremoto, en pocas horas distribuyeron
materia prima y personal para seguir con la producción. En cuanto los
ingenieros dieron acceso a las estructuras dañas comenzaron las obras de
recuperación, selección, distribución y nuevo almacenamiento.
Durante aquello primeros días ni siquiera el tiempo fue
clemente. Primero llovío sin parar y luego llegó el calor de junio volviendo
sofocantes las tiendas de campaña o las estructuras precarias bajo la que
operaban expertos y voluntarios. Mano a mano que el queso venía liberado de los
escombros, analizado y determinado si y cuanto de cada forma podía salvarse.
La población emiliana reaccionó con fuerza ante la desventura
y puso en marcha la máquina de la solidaridad provocando un boom de peticiones
de adquisiciones del queso afectado que pudo salvar milagrosamente el sistema
productivo.
Miles de voluntarios organizaron las ventas y para evitar
que las queserías quedaran colapsadas, el Consorzio de Tutela del Parmigiano
Reggiano cogío las riendas de la gestión de la avalancha de peticiones que
llegaban de todo el mundo. En las principales cadenas de supermercados de todo
el país por cada kilo de Parmigiano Reggiano comprado un euro se destinaba al
fondo para la reconstrucción.
Una sobrecogedora muestra de cariño y aprecio por este gran
producto que tras mil años de historia basaba por sus horas más bajas.
Este breve relato de lo que ha significado para mi vivir el
terremoto a través de este producto, es mi pequeña contribución para no
olvidar, para seguir luchando y para honrar a una zona que sufre y seguirá para
siempre herida y ofendida. La reconstrucción continuará durante muchos años,
décadas y habrá sectores y vidas que nunca volverán a ser las mismas. La
solidaridad con Parmigiano Reggiano es testimonio que a través de muchos
pequeños gestos se pueden obrar milagros.
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